La finalidad de esta entrada no es maravillar con una
escritura compleja, sino que simplemente
me apeteció escribir algo sobre el tema, a pesar de que he estado demasiado
tiempo sin poner a funcionar mi cerebro a la hora de expresarme mediante la
escritura. Básicamente, compartiré mi experiencia y pensamientos aquí.
Desde que era muy pequeña, a partir de una operación de garganta,
oído y fosas nasales al ser muy enfermiza, comencé a ganar peso a pesar de
haber sido delgada hasta los seis años. Desde entonces, gracias a la deliciosa
y cuantiosa comida de mi madre, sumada a la genética poco favorable, empezó mi
calvario. Como consecuencia al sobrepeso y la obesidad desde temprana edad,
puedo decir que pasé una época muy mala en la que todos los niños se burlaban
de mí, me criticaban y ese tipo de actitudes crueles que solo conoce quien lo
ha experimentado. Dejé de ser risueña y sociable para convertirme en una niña
solitaria que lloraba frente a su madre cada día al llegar de la escuela tras
verse en un espejo, sin comprender la situación. A partir de ese punto intenté
numerosas dietas, pero terminaba abandonando en algún punto. El bullying siguió,
y las inseguridades crecieron hasta el punto de ser incapaz de hablar con
alguien sin experimentar una sensación horrible. Cohibida, marginada,
infravalorada; odiaba mi persona.
Recuerdo que uno de mis récords fue perder diez kilos con
los famosos batidos Herbalie a los once años; kilogramos que se multiplicaron
posteriormente... Sinceramente me creía inferior, y logré que todo el mundo
pensase eso de mí. No me arreglaba en lo absoluto, y esa sensación indescriptible
no puede transmitirse mediante palabras. Las gafas y los aparatos dentales no
colaboraron mucho a la hora de tratar de aumentar mi autoestima. Era inmadura y
la actitud superficial de la gente me afectó. La pubertad fue desagradable, y
pensar que me gustaba un compañero de clase solo me hundió más y más, pues
sufría en silencio.
Más tarde madura raíz de una racha optimista producto del
descubrimiento de cosas que me encantan; en especial el grupo My Chemical
Romance. Aprendí a valorarme ligeramente. Aun así, seguía siendo incapaz de bajar
de peso. Pero ya no me torturaba mentalmente, pues todo me daba igual. Los
comentarios exteriores resbalaban por mi cerebro como el agua por mis
imperfecciones.
Hace dos años, un poco antes de las Navidades, mi madre me
propuso ir a un herbolario juntas y probar la dieta de las proteínas (Dukan), y
sin muchas esperanzas puestas en ella y con desaprobación a la idea de
alimentarme solo de carne (pudiendo considerarme prácticamente vegetariana), di
un paso adelante, aceptando la propuesta.
El verano anterior había caminado diariamente una hora con
mi familia, aunque odiase el deporte. Traté
de llevar una alimentación saludable, aunque no funcionó (la genética es cruel)
. Mi metabolismo es una condena. Pesé alrededor de 77 kilogramos, midiendo 1,59
metros, y mi complejo era abismal.
Seguí las indicaciones del dietista, y aun así bajaba de
forma demasiado lenta. Comía exactamente lo mismo todos los días, pollo y
lechuga, sin excepción. En mi cumpleaños lo celebraba yendo a mi restaurante
chino favorito, y saborear algo delicioso era altamente agradecido por mi
paladar.
En septiembre de 2013 conseguí llegar a los 60kg, lo cual
suponía mi meta, y poco a poco me sentía más satisfecha con mi persona. Sin
embargo, me enfadaban aquellas personas que llegaban a cometer terribles locuras
pesando cincuenta, ya que me llenaba de ira saber que no comprendían el
verdadero sufrimiento.
Seguí por cuenta propia, ya que el herbolario era caro, y
entonces cada vez me obsesioné más y más. Mi hermana, quien tiene
hipertiroidismo, pasó por lo mismo y el Internet la influenció malamente,
comiendo menos cada semana. Perdía peso rápidamente, y me dieron celos. Yo hice
lo mismo.
Hasta hace poco continué de la misma manera, almorzando dos
salchichas y picando un poco de pechuga de pavo en el día, hasta que me subí a
la báscula y me sorprendí al darme cuenta de que marcaba 47kg, pues yo no
aparento esa cifra, y me asustaba que mi salud se viese afectada. Creo que
además ahora he bajado un poco más. Hace una semana, y ahora intento comer de
forma saludable. Probar platos después de años de abstinencia es una
experiencia genial. Hoy mismo me ilusionó comer un rico plato de caraotas
negras.
Me siento bien
conmigo misma así. Estoy orgullosa del gran esfuerzo que he hecho, y no solo he
perdido treinta kilos, sino también un alto grado de inseguridades. Tengo
miedo. Me invade el pánico al imaginar que puedo volver a lo que era antes, y
en parte me ha afectado psicológicamente. Es un trauma que no desaparece
fácilmente. Aunque estoy feliz y me gustaría demostrarle a aquellos que me
trataron mal que he conseguido mi objetivo; he cambiado MUCHO; no solo físicamente.
También me alegra poder ser un ejemplo para aquellas personas que han pasado
por la misma situación; es posible. Es duro, y es un proceso largo. Pero vale
la pena aprender a quererse a uno mismo.
La forma de percibir el mundo da un vuelco. Ya no derramo
más lágrimas en los probadores de las tiendas, o camino con la cabeza agachada
y aguanto la respiración para “meter la barriga” frente a los demás. Realmente
la sociedad es un asco, y los cánones de belleza estúpidos. Eso lo sé, pero
esta meta la crucé por mí misma; mi reto. Porque ahora visto como me gusta
(dentro de lo posible, pues las prendas del estilo visual kei son caras), y me
siento bien, sin importar las miradas de los extraños o los comentarios
despectivos, pues yo soy feliz, y por lo tanto llamar la atención, aunque sea
de manera negativa, me gusta. Diariamente la gente dice “mira, tiene un ojo
rojo”, porque llevo lentillas, o “ay Dios mío” por parte de una viejecita al
verme con los pantalones de cadenas. Porque regresé en verano a mi antiguo
colegio y el asombro de todos, incluidas las monjas, al verme me divirtió. Los humanos son realmente
extraños. Hasta lo más simple, como dormir, cambió, ya que al acostarme los
huesos chocan contra el colchón(algo incómodo), cuando en el pasado solo sentía
la barriga. Vientre fofo, varices tengo. No me importa; mis marcas de guerra.
Antes ni siquiera podía percibir con el tacto de los dedos las clavículas o
cruzar las piernas. Y aunque sigo siendo tímida, puedo hablar sin tartamudear o
desviar la mirada.
En definitiva, no hay que cometer estupideces para
satisfacer a otras personas, sino ser prudentes, no tener prisas y hacer las
cosas solamente porque realmente lo deseas. Apreciarse a uno mismo te impulsa a
hacer cosas con libertad, a no cerrarse o darse por
vencido y creerse capaz de lograr sueños. Motivación, determinación y
perseverancia .
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