jueves, 9 de enero de 2014

013~ Año nuevo y un futuro incierto.

Mis manos están heladas como si hubiesen estado apresadas dentro del congelador, mas la realidad es que las temperaturas bajas y el frío exterior logran traspasar las gruesas paredes de mi casa y colarse desde algún sitio.

Desperté hace poco y ciertamente desconozco el aspecto que tendrá la calle, pero gracias a los sonidos de la fuerte lluvia cayendo o el de las ruedas arrastrando agua y los soplos del viento, puedo intuir que el cielo está oscuro y el suelo encharcado.  Es por eso que mi perro está hecho una bolita a mi lado envuelto en mantas buscando calidez, y yo me cubro con dos abrigos, tumbada en el sillón en lugar de estar en bostezando clases. Río cuando la gente piensa que estas islitas son un paraíso tropical por culpa de los medios y sus fines comerciales cuando la verdad es muy distante.

Hace tiempo que no escribo aquí, por pereza o por falta de argumentos novedosos. Creo que debo hacer memoria y hacer algo más que culparme por mi inutilidad.

Las Navidades pasaron tan rápido como llegaron. Las vacaciones transcurrieron en calma, poco provechosas pero relajantes. Dormirse de madrugada y despertar casi al medio día es algo que me agrada y a lo que me habitué. Siento que perdí la ilusión por estas fechas, y me pregunto si pasará lo mismo con todas ellas.

El día veinticuatro cenamos en un restaurante asiático, y disfruté de la comida que me supo a las mil maravillas hasta el punto de creer que mi estómago explotaría. Entonces regresó la culpabilidad. Pero estuvo bien.
El resto de días transcurrió entre reuniones familiares y horas frente al ordenador. Sin darme cuenta, volvía de la casa de mis abuelos con el sabor de la sal en mi lengua a causa del jamón serrano ingerido, y las campanadas que anuncian el fin de esos largos doce meses sonaron en algún lugar, inaudible para mí ya que yo lo calculaba los minutos con mi teléfono móvil aquella noche vacía en el coche. No sentí nada distinto, excepto una ligera emoción que me recorrió escasos segundos.

Es entonces cuando uno debo hacer un recuento y marcar nuevas metas que puede que se prolonguen para el año siguiente.
El 2013 sin duda fue extraño. Momentos malos y buenos equilibrados con dificultad con en una balanza.
Experimenté la decepción conmigo misma por un error ridículo que acabó con la confianza de aquel profesorado de mi anterior colegio durante trece cursos. Hice tonterías. Pero maduré. Me gradué y me marché de ese sitio en el que ya no me miraban de la misma forma y me despedí de todas las personas que conocía para irme a un instituto y decidirme al fin por elegir arte. Aún no sé si es una decisión correcta, aunque académicamente voy muy bien y salgo adelante. Los nuevos compañeros no me marginaron e incluso suelo hablar con varios de ellos.  Aunque  quizá esperaba un poco más.

El grupo que me abrió las puertas hacia cosas desconocidas que ahora me llenan y cambiaron mi amargo día a día se separaron aun cuando prometieron no poder hacerlo jamás. Más decepción y tristeza. Pero debí acostumbrarme y asimilar que no los vería de nuevo juntos, ni habrían más conciertos o más Frerard. Dolía y el proceso de adaptación conllevó un enorme cubo de lágrimas.

Pero por otro lado mi oportunidad de aferrarme a mi otro grupo favorito aumentó, y me sentí  orgullosa de haber podido conseguir viajar hasta un país distinto (cosa que no hacía desde que tuve un año), a Francia, para verlos. The GazettE, lo más cercano a la perfección que he visto y puede que escuchado. Otro de los eventos más felices y especiales para recordar. Aun así, conservo un cierto sabor ácido por no poder haber compartido la primera fila y ese momento con las personitas que quería. Pero ese año conocí en persona a gente con la que había hablado por esas mágicas redes sociales, y otra con la que no tanto. Fue genial. También paseé por Barcelona con Tuixó y descubrí sitios nuevos.

Adoptamos a un perrito con el que yo me negaba a encariñarme por temor a sufrir por su muerte, como me había ocurrido antes. Pero sucumbí a sus encantos, y ahora es extraño encontrar calcetines que no estén agujereados por sus afilados dientitos.

Fue el año de la dieta. Bajé más peso que en otras ocasiones. Gané un poco de confianza en mí misma y algo de autoestima. Al fin logré el resultado deseado con mi pelo y encontré en un regalo de Navidad (una buena plancha) la solución para mi gran trauma con este.
Terminé mis dos fics largos y me sentí realizada. Acabé el curso C1.2 de inglés.

Recaí de nuevo en la monotonía, aunque creo que escribiré en letras grandes con rotuladores de colores esa lista con una serie de propósitos que me obliguen a esforzarme y acabar con mi típico  “esperaré a que algo ocurra y no haré nada”.

Intento mejorar mis habilidades con la guitarra, y la ilusión de formar un grupo está ahora más presente que nunca puesto que he empezado una especie de proyecto con Ue. Dos guitarras y nada más. Pero es un buen principio, y seguramente será divertido.

Quiero bajar un poco más de peso y endurecer esa carne aguada fruto de los kilos perdidos.  Quiero dibujar mejor y escribir mejor. Quiero mejorar mi estilo, ser visual kei, tener más ropa y forjar mi personalidad. Quiero sacar el título de Cambridge, aunque me aterre ese examen. Y crece en mí cada vez más el deseo de aprender japonés, porque el país en el que ese idioma es hablado parece llamarme con intensidad.

Crezco. Me hago mayor. Temo el futuro y mi indecisión. No quiero precipitarme. ¿Saber qué hacer con mi vida es un tema que debería haber zanjado? Estaría bien descubrir una profesión seria idónea para mí. Hasta entonces, seguiré soñando con vivir cómodamente en Japón, tener un grupo exitoso como los que tanto admiro, escribir tan bien como Oscar Wilde una novela, y dibujar como el mangaka más exitoso o el ilustrador más aclamado. Así que sin duda lucharé por encontrar mi camino aunque las decepciones duelan mucho.